El Presidente Obama ordenó un megaproyecto para crear el computador más poderoso del mundo, recuperando el sitial que EE.UU. perdió ante el Tianhe-2 de China. Pero el objetivo final es estratégico: «Quien no computa, no compite», repiten los científicos.
El primero en dar un golpe fue la URSS con el Sputnik, el primer satélite en orbitar el planeta en 1957. Después fue el turno de la perra Laika y del cosmonauta Yuri Gagarin. En los años de la carrera espacial, en plena Guerra Fría, parecía que los soviéticos iban ganando la disputa y le enrostraban al mundo su superioridad científica y su potencial militar. Hasta que EE.UU. -cansado de ser segundón- rompió el molde de lo posible con el Apolo 11, Neil Armstrong y la Luna.
Medio siglo después, ya no existe la URSS, pero sí China, que desafía a EE.UU. en el mapa de las superpotencias. Y la carrera tecnológica ya no se lleva a cabo en el espacio, sino en el mundo del silicio, los chips y la capacidad de cómputo: el desarrollo de la High Performance Computing (HPC), o simplemente la supercomputación, se ha convertido en uno de los asuntos de mayor importancia estratégica para estos países, que compiten por crear las máquinas más poderosas del mundo.
Barack Obama es el JFK de esta carrera. El Presidente estadounidense firmó en julio una orden ejecutiva para crear la National Strategic Computing Initiative, una multimillonaria sociedad entre el Departamento de Defensa, el Departamento de Energía y la National Science Foundation cuyo propósito es fabricar el supercomputador más rápido del mundo, superando con creces al Tianhe-2, desarrollado por la Universidad de Tecnología de Defensa de China, que hoy posee el título.
Obama, en realidad, quiere llegar a la Luna y quizás un poco más allá. El proyecto busca desarrollar el primer supercomputador de la era del exaflops, esto es, capaz de procesar un trillón de operaciones por segundo. Para ponerlo en contexto, se trata de un billón de billón de cálculos, o un uno seguido de 18 ceros: 1.000.000.000.000.000.000.
Con una máquina así, EE.UU. recuperará mucho más que su orgullo, ya que sería cerca de 30 veces más rápida que Tianhe-2, que hoy corre a 33,86 petaflops (el nivel por bajo la escala del exaflops), esto es, realiza 33.860 billones de operaciones por segundo. Aunque a los científicos les irrita la comparación -por inexacta, ya que hay varios factores que influyen en la velocidad de un dispositivo-, podría decirse que la capacidad del supercomputador chino equivale a la de unos 20 millones de laptops hogareños, y casi duplica el poder del ordenador que le sigue en la lista, el Titan estadounidense, de 17,6 petaflops.
Aunque todavía no se conocen los detalles del proyecto norteamericano, hay pistas: a comienzos de año, las firmas Intel y Cray ganaron un contrato de US$ 200 millones para construir un computador de 180 petaflops en 2018. La inversión para llegar al exaflops podría superar ampliamente los US$ 3.000 millones.
Científicos de todo el mundo se soban las manos con las perspectivas de esta competencia.
«Muchos dicen que ‘el que no computa no compite’. Hoy en día es necesario tener ese poder computacional para competir como una potencia mundial, y el que EE.UU. responda ante el hecho de que China tenga hoy el mayor supercomputador es prueba de ello. Hoy, además, tener un mayor poder computacional puede ser un factor determinante para el progreso de un país», afirma Ginés Guerrero, vicedirector del National Lab for High Performance Computing (NLHPC), del Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile, a cargo del mayor supercomputador disponible en el país, Leftraru.
En la misma línea se refiere al tema Robin Grimes, asesor científico en jefe de la Cancillería británica, quien estuvo esta semana en Chile y conoció el proyecto del NLHPC. «El gobierno británico ve este asunto como de importancia estratégica, totalmente. Tener grandes capacidades de cómputo es hoy un imperativo nacional para Gran Bretaña», asegura este experto en energía nuclear, cuyo país está en el quinto lugar en los listados de los supercomputadores más rápidos de mundo. «En el caso de China, ellos tienen sed de ser reconocidos como una nación científica, y están teniendo progresos en ese sentido. Parte de ello es tener un desarrollo muy alto en la ciencia computacional: es su forma de anunciar al mundo hasta dónde han llegado».
EL TIANHE-2 DE CHINA es hoy el computador más rápido. Pero EE.UU. tiene la capacidad combinada.
Las aplicaciones prácticas de la HPC son casi ilimitadas, desde la investigación de fármacos y la «medicina de precisión», pasando por los estudios más exactos sobre el cambio climático, hasta las investigaciones sobre los secretos del cerebro humano. En el área de las ciencias sociales puede servir para realizar predicciones financieras o para diseñar «ciudades inteligentes». Y sin duda -y de ahí el interés del Pentágono- que podría tener fines bélicos. Todo puede ser computable en estos tiempos del llamado big data .
«Los supercomputadores permiten resolver problemas complejos, con muchísimas variables, que antes no se podían resolver o habrían tardado miles de años los ordenadores normales», explica Guerrero, quien ejemplifica con las simulaciones que realizan las farmacéuticas: «Ellos quieren ver cómo una molécula interactúa con un posible fármaco. Con un supercomputador, pueden simular miles de millones de compuestos para ver cuáles resultan, en vez de hacerlo en probetas en un laboratorio, que es muy caro».
En una guerra hipotética, añade el científico, un supercomputador podría calcular dónde tirar una bomba analizando factores como el clima, el viento o la demografía. «Realmente se puede aplicar en muchos campos. Hoy representa una ventaja real tener un supercomputador», insiste.
Grimes destaca que Gran Bretaña, más que seguir en la línea de aspirar al computador más grande o rápido, está enfocado ahora en desarrollar los algoritmos y programas más predictivos. Sin embargo, dice estar entusiasta respecto a que en el desarrollo del supercomputador estadounidense se van a generar nuevas tecnologías que luego serán accesibles a otros países, como ocurrió anteriormente con los avances de la NASA o del Pentágono, que creó en los 60 Arpanet, antecesor de la actual internet.
«Todos nosotros nos beneficiamos de esta carrera», resalta.
Ley de Moore
Uno de los temas clave será el energético. Un supercomputador como el que quiere Obama, con la tecnología actual, necesitaría más de 500 megavatios para funcionar, cerca de la mitad de lo que produce una planta nuclear estándar. También habrá que investigar en los campos de la refrigeración -estas máquinas se calientan muchísimo- y, por supuesto, seguir estirando la capacidad y miniaturización de procesadores y dispositivos de memoria. Durante 50 años se ha comprobado la «Ley de Moore», aquella que dice que la capacidad computacional se duplica cada 18 meses, pero en la proyectada era del exaflops esta regla podría llegar a quedar obsoleta.
Por otro lado, si los números son infinitos, ¿dónde va parar la carrera de la supercomputación? ¿Tendrá un ganador?
«En esta ‘guerra’ de la supercomputación hay algo distinto de la carrera espacial», dice Guerrero. «En la carrera espacial había un punto de partida y un punto final, que era llegar a la Luna. Pero en este caso no hay un extremo final en la línea, va a haber un progreso continuo. Y se ha demostrado que cuanta más oferta hay, más demanda hay».
Grimes se emociona con el dilema. «Se debate mucho sobre esto. La capacidad computacional ha aumentado durante años y años, y no ha habido ninguna señal de que vaya a parar. Pero va a parar, debe parar, tiene que parar. No puede seguir para siempre. Aunque no hay pistas, por el momento, de que esté frenando».
Y sí, ya tiene nombre el próximo paso: la era del «zettaflops», un pequeño paso para el hombre, un gran cómputo para la humanidad.
Fuente: El Mercurio.com